viernes, 10 de junio de 2011



TRANSITANDO EL PROCESO DEL DESARROLLO DE LA PSICOSEXUALIDAD  MASCULINA

Juan B. Prado Flores[1]*

La sexualidad humana en desarrollo, desde la concepción hasta la muerte, se vive, se expresa y se comparte, como una experiencia psico-corporal de interacción, intimidad y compromiso cuando, mediante un clima relacional sano, el ser humano engendra y concibe vida, con o sin contacto genital de por medio.1

      Ya desde que un nuevo ser humano viene al mundo, su sexo trae un diferente mensaje y tiene una connotación distinta: Al nacimiento de mi hijo mayor yo sentí que en él me prolongaba yo; cuando nació mi primera hija sentí que en ella se continuaba la Vida misma La sensación de ello es más que deleitante. Experimentar la propia sexualidad en desarrollo implica mantenerse en el proceso personal de plenitud y en la aptitud de nutrir la sexualidad de los demás. Cuando no es así, se manifestará de alguna manera aquello que está impidiendo su expansión.

Existen muchas teorías y escuelas que tratan de comprender, medir, explicar, orientar, sanar, educar, la sexualidad humana y mucha gente se ha ocupado de ello. Su labor es grandiosa; pero un modelo confiable, que nos permitiera reconocernos, experienciarnos, expresarnos y expandirnos como seres sexuados, que fuera accesible a todos sin distinción de edad, sencillo, práctico, a la vez que psicológicamente válido y que nos introdujera y mantuviera en el proceso individual y comunitario de una sexualidad de integración, no había existido sino hasta éstos últimos años.

Un modelo no intrusivo que nos ofrezca crecer como seres sexuados y sexuales tiene que incluir el que no hay nada a lo que tenga que subordinarse nuestra sexualidad en desarrollo: ni a las necesidades que surgen de elaboraciones teóricas, científicas o espirituales, ni a interpretaciones o doctrinas acerca de ella, ni al funcionamiento de la comunidad familiar, ni a las necesidades corporativas, ya sea del trabajo o la empresa, menos aún a las necesidades sociales, económicas o políticas; a la religión, la patria… Absolutamente a nada. Y no sólo porque más frecuentemente de lo que nos imaginamos estas instituciones y sus “necesidades” violan las leyes del crecimiento personal y comunitario1 condicionándonos o contracondicionándonos, sino porque nuestra sexualidad es lo más sagrado, frágil, delicado y poderoso que tenemos; es la expresión de lo más intimo y personal de y en nosotros, y sobe todo, porque en ella está el potencial de un sano proceso hacia la comunión con nosotros mismos y de interacción con los demás.

Nuestra sexualidad es pues, un tesoro invaluable, fuente de desarrollo e integración. Pero es verdad también que en las sociedades occidentales, sobre todo la sexualidad masculina ha sido mal comprendida, manipulada, devaluada y aun fuente de sufrimiento a lo largo de vidas enteras y a lo ancho de la historia.

 Quizá podamos ver en nuestra experiencia personal algunos aspectos que han tenido que ver con el nivel de desarrollo e integración de la sexualidad propia:

 Todo niño y toda niña enfrentan dos tareas importantes.2 La primera tiene que ver con su identidad  de género: ¿Quién soy yo como varón o como mujer? La segunda es en relación a su individuación: ¿Quién soy yo como individuo? La niña, generalmente adquiere su identidad de género manteniéndose en relación con su madre o con una figura maternal. Para ella, la individuación tendrá un mayor grado de dificultad, pues suele estar tan cerca de su madre que llega a no saber bien cuales sentimientos son suyos y cuales de mamá.

Para el niño, acceder a su identidad de género suele tener una mayor dificultad, pues generalmente la busca mediante la experiencia de separarse de mamá (o de la figura femenina). Es entonces que el varón se reconoce como tal, pero no de una manera positiva como: “soy varón”, o como: “se siente bien ser hombre”, etc., sino en un no ser como mamá (y socialmente como ‘no ser niña’, ‘no ser chillón como las niñas’, ‘no ser miedoso como las mujeres’...). Esta experiencia de separación y diferenciación respecto a la figura femenina, le da un endeble punto de soporte a su identidad de género, mientras podría facilitarle su individuación. Ésta, será modelada por la figura paterna, quien frecuentemente mantiene una distancia más o menos grande y a veces insalvable hacia el hijo varón si no es que como suele ocurrir, el padre sigue a su vez, luchando por sostener su precaria identidad de género y tratando de reafirmar su individuación, lo que además, lo mantiene alejado de sí mismo. Entonces el niño aprende de papá a ser independiente, competente, invulnerable: esto es, a tratar de mantener bajo control tanto su mundo exterior como el de sus sentimientos de temor, confusión, vergüenza, culpa -los cuales acompañan y son inherentes a su desarrollo psicosexual, sin que haya nada anormal en ello. Así que ante el dolor y miedo de un encuentro humano íntimo, surge en el varón una sexualidad de control y de dominio ajena a una sexualidad en expansión. Este rasgo -de una cultura poco evolucionada o subcultura- ha sido, sin más, identificado con ¡la sexualidad masculina!, que ni tiene que ser así ni tiene que ver con una sexualidad en desarrollo, sino que es la trágica expresión a nivel sexual de una sociedad enferma, violenta, ciega.

La identificación de la niña con su madre le enseña a tender hacia la mutualidad, a la intimidad y a ser vulnerable. Pero pronto se encuentra con el mundo masculino de dominio y control opuesto a la vulnerabilidad, la mutualidad, la cercanía y la intimidad que desde luego no son privativas del género y la sexualidad femenina, sino que se experimentan y expresan con un matiz masculino o femenino, pero que tanto hombres como mujeres deseamos. Como resultado se produce muchas veces una distancia abismal entre el hombre y la mujer y aun la lucha entre ambos, tan explícita en la mentalidad, actitud, lenguaje y conducta sexistas, lo que entraña (en lugar de un proceso de desarrollo, de compartir y de crecer juntos) competir entre sí por ¡el dominio y el control en la relación!

Mientras el movimiento feminista pudo ayudar a la mujer a desarrollar su individuación, el hombre, generalmente ha permanecido sin resolver el asunto de su identidad de género y sin poder vivir su sexo y desarrollar su sexualidad plenamente.

Entre los efectos que el bloqueo del desarrollo de la sexualidad masculina produce, está la imposibilidad de tener relaciones cercanas, de auténtica intimidad, tanto con mujeres como con hombres; le tememos a la gente y nos aislamos de ella3, o nos acercamos de más, rompiendo los sanos límites sexuales; surge entonces soledad, autoprotección, o agresión, que terminan desconectándonos tanto de la realidad interior -la que se nos va haciendo insoportable-, como de la exterior, viviéndola como amenaza permanente o como el enemigo al que ingenuamente tratamos de conquistar o eliminar. El dolor que entonces aparece es tal que sólo queremos huir de él; entonces buscamos cualquier cosa que nos haga olvidar nuestra condición o que anestesie nuestro dolor, y pronto encontramos sustancias, cosas, o personas, que sustituyan en nosotros esa confusión, incertidumbre, miedo, ira y desesperación insufribles. Aquí se originan en gran parte nuestras adicciones.4,5 Algunas de éstas son estimadas y hasta promovidas por la cultura, como las prácticas de entrega incondicional a los demás, o como que cada cónyuge sea el responsable de que el otro sea cada vez mejor (codependencia), o como creencias y prácticas religiosas supersticiosas; también como deporte, trabajo etc., hechos compulsivamente. Otras son menos prestigiosas como la adicción a sustancias: tabaco, comida, etcétera, pero son bastante toleradas socialmente. Otro tipo de adicciones son estigmatizadas y catalogadas como perversiones, desviaciones o vicios, tanto en el campo de lo sexual, como en lo referente al alcohol o las drogas estupefacientes, lo que dista mucho de un acercamiento realista y una comprensión equilibrada que puedan ser generadores de salud, integración y desarrollo.

Independientemente del campo donde se expresen nuestras adicciones, estas nos van incapacitando cada vez más para relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, pues terminamos perdiendo contacto con nuestros sentimientos y ahogando nuestros afectos, llegando a sentirnos como mutilados. Para entonces ya nada es más importante que la adicción, pues nuestro cerebro depende de y exige el estímulo adictivo cada vez en mayor grado. Ha perdido para entonces nuestro cuerpo la capacidad de sentir, de contactarnos con la realidad y con ello también se nos ha agotado la energía necesaria para la recuperación. Los primeros que se dan cuenta de ello son los demás; nosotros nos percatamos hasta que nuestra auto-estima se encuentra en un nivel de inexistencia y actuamos hacia nosotros y hacia los demás grandes dosis de rechazo, odio y destrucción. Esta cascada hacia el desastre pasa frecuentemente por problemas de salud física, muy frecuentemente expresadas como enfermedades psicosomáticas: asma, hipertensión, ulcera, colon irritable, artritis, problemas de erección, etcétera; como enfermedad mental o como sociopatía o como ¡todo a la vez! Cada una de estas patologías expresa una enorme carga de violencia, la que está destruyéndonos y destruyendo nuestras sociedades y al Planeta. Lo increíble es que queramos solucionarlo con más recursos económicos, con más leyes, con más vigilancia, con más policías adiestrados, con más medicamentos, cuando el problema y la solución ¡están dentro de nosotros!

Cuánta falta hacía pues, tanto en lo sexual como en un contexto más amplio de desarrollo humano, un modelo capaz de mantenernos en contacto con nosotros mismos y así, ser guiados a niveles de responsabilidad y de compromiso con los demás, con la naturaleza y (para el creyente) con el fundamento del ser como quiera que lo conciba. La adopción de este modelo, será un aprendizaje básico no sólo para los adultos, quienes tendremos que detenernos a atender nuestro proceso de integración psicosexual tan frecuentemente descuidado, sino también para ofrecerlo a nuestros niños como el organizador de su energía sexual hacia su sano desarrollo y expresión. Pero vale decir algunas palabras al respecto:

Yo no puedo tener intimidad con nadie si antes no la tengo conmigo mismo; no me puedo permitir ser vulnerable ante alguien si no asumo antes mi propia vulnerabilidad, confusión, dolor, etcétera, como los siento físicamente. No puedo crear intimidad ni comunidad a ningún nivel, si antes no me veo a mí mismo como un amigo en quien puedo confiar y a quien escucho y atiendo. Si soy incapaz de poseer mis propios sentimientos ¿cómo podré acompañar a otros con los suyos; sobre todo con los incómodos, los dolorosos con todo y las historias que hay debajo de ellos? Si mi sexualidad está bloqueada, reprimida, o hiperactiva, ¿cómo podré estar de un modo respetuoso y hasta reverente ante y con la sexualidad de los demás? Si yo no experimento mi sexualidad como un continnum que atiendo, cuido, y cultivo, ¿cómo podré acompañar ese mismo proceso en otros? ¿Acaso no está esto en la base de lo que es una sana vida comunitaria y una sociedad en evolución?

Independientemente del modo y del grado en que los ámbitos familiar, social, escolar, laboral, religioso y la cultura en general hayan influido en el nivel de dificultad, conflicto o bloqueo en nuestro desarrollo psicosexual, necesitamos recorrer el camino en el que nuestra sexualidad pueda ser experimentada como el proceso de la congruencia –que identifica nuestra habilidad consciente de sentir fisiológicamente nuestros sentimientos y permitirles simbolizarse acertadamente6- hacia el autodesarrollo. La ayuda técnica especializada puede llegar a ser imprescindible, pero el asumir la realidad de nuestro ser sexuado desde el nivel en el que ahora se encuentra es nuestra tarea y responsabilidad.

Pero, ¿qué no es demasiado peligroso contactar con nuestros sentimientos sexuales? ¿Qué no debemos mantener a raya todo vestigio de descontrol de nuestra sexualidad? ¿O, -al contrario- qué no debemos dejar que ella fluya sin ninguna limitación? NO. Ni siempre, ni necesariamente:

Gracias a los descubrimientos hechos mediante su cuidadosa investigación en el Departamento de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Chicago, el Dr. Eugene T. Gendlin Ph. D., Psy. D.7  y sus discípulos y después colaboradores: Peter A. Campbell, Ph. D. y Edwin M. McMahon, Ph. D., hoy contamos con un Modelo-Proceso que nos permite, a hombres y mujeres, entrar en la ruta del desarrollo sexual humano integral y así experienciar una sexualidad en proceso y movimiento tanto hacia nuestro interior como hacia la vida comunitaria y la ecología global; experiencia que necesariamente pasa por el escucharnos, aprendiendo a estar abiertos a la intimidad con nosotros mismos, entrando e integrando desde dentro las historias inconclusas acerca de nuestra sexualidad que llevamos y que un día optamos por no tocar ni sentir, cayendo, a veces, en los distintos tipos de adicciones sexuales que se expresan compulsiva y obsesivamente ya como la búsqueda de excitación genital, como el pretender vivir un mundo de fantasía romántica, como tener que ‘ser pareja’ de alguien sea quien sea3, o como una mezcla de ello.

La práctica de este modelo nos permite entrar en contacto reverente, delicado, respetuoso con todos nuestros sentimientos, los que sentimos (los sentimientos se sienten) como los seres sexuales que somos, incluyendo los de sentirnos bien o no como hombre o como mujer, de manera que los podamos experimentar tal y como se sienten en nuestro cuerpo (y no como nuestra cabeza las piensa o las imagina) y darles el tiempo necesario para que nos revelen su historia, lo que nos permite integrar esa historia experiencialmente. Éste es el proceso del desarrollo humano hacia la plenitud y la sana vida comunitaria, el cual es un aprendizaje y como tal, no se lleva a cabo por osmosis, menos por generación espontánea en una sociedad adicta3 como la nuestra.

Necesitamos aprender este modelo de quien lo haya experimentado y adquirido la capacitación suficiente para escucharse a sí mismo(a) como ser sexual y la habilidad de acompañar a otros en su propio proceso de integración sexual, pues cuando alguien puede estar conmigo de una manera que me facilite el asumir mi realidad, yo puedo intentar aprehenderlo y también a estar con otros de la misma manera. Esto podrá dar lugar a comunidades y sociedades en crecimiento, fuertes, duraderas y en dirección hacia su propio desarrollo y plenitud. Esta es la más grande prioridad en nuestro mundo de hoy. Tal técnica/proceso se denomina Enfoque Bio-Espiritual8 y todos, incluyendo los niños lo pueden aprender.9

Tener a alguien que me ayude a dirigir la energía de mi sexualidad no al objeto del estímulo sexual (que es lo que generalmente hacemos), sino al cómo y dónde SE SIENTE esa energía, esa ‘pulsión’ en mi cuerpo, acompañándola y sosteniéndola, le permitirá orientarme en la dirección del desarrollo auténtico que ella ya conoce, y que mi ‘sabiduría corporal’ que incluye la experiencia sentida de incorporarme a un proceso interior al que no tengo que (ni puedo) controlar,8 reoriente mi sexualidad si está desviada, la libere si está inhibida, la desbloquee si está reprimida, la integre si está desorganizada, la module si está hiperactiva y la viva a plenitud en la relación conmigo mismo y con los demás. En otras palabras, el Enfoque Bio-Espiritual10 (EB-E) es una vía mediante la cuál, nuestra sexualidad nos da vida y da vida a los demás. Esta es la maravilla increíble que desarrolla el EB-E en nuestra realidad de seres sexuales: aprender a estar y permanecer en un acto continuo de desarrollo que incluye nuestro ser integral. ¡El sueño de la humanidad de todos los tiempos está a nuestro alcance hoy!

Es esperanzador que un día no muy lejano (aunque algunos creen que este nuevo paradigma tardará en generalizarse unos 300 años), podamos acceder como individuos (hombres, mujeres, niños, ancianos) y como humanidad, al desarrollo e integración de nuestra sexualidad, a través de una experiencia de intensa satisfacción y placer sexual, concibiendo vida en nosotros y engendrándola en los demás. Lo único que necesitamos es tener (y ya lo tenemos) un cuerpo sexuado, unos sentimientos (que obviamente participan de nuestra sexualidad tal y como la sentimos en nuestro presente), y darnos el tiempo para experimentarlos, permitiéndoles moverse hacia la dirección correcta que incluye el nacimiento y la expansión de nuestro propio, único y precioso espíritu, liberando en nosotros los recursos asombrosos que están disponibles “para aquellos que creen” en la sabiduría del Cuerpo Total8  del que todos formamos parte.


BIBLIO/CIBERGRAFÍA:

 1.   McMahon EM, Campbell PA. Un acercamiento a la sexualidad desde la perspectiva Bio-Espiritual. Sanando una espiritualidad de control.
         Cuadernos de Bio-Espiritualidad. CREE A. C. México.

2.   Nelson JB. Male Sexuality and Masculine Spirituality, SIECUS Report (Sex information & Education Council of the United States) Vol. 13, No. 4, March 1985, pp 1-4.

3.   Wilson SA. Escape from Intimacy: the Pseudo-Relationship Addictions. New York, Harper & Row Publishers, 1989, p. 45.

4.   McMahon EM, Campbell PA. Evasión de proceso. Cuadernos de Enfoque Bio-Espiritual . CREE A. C. México.

5.   Prado FJ. Más allá del ciclo adictivo dolor-placer. Dol Clin Ter,  III(6). 2004. 13-17.   www.imbiomed.com  Algología.

6.   Campbell PA. Raíces académicas del Movimiento Bio-Espiritual, en Más Allá del Mito del Dominio. Op. Cit. 366-382.

7.   Gendlin ET. Focusing.  Bantam. New York, 1981. http://www.focusing.org/

8.   McMahon EM. Beyond the myth of dominance. An alternative to a violent society. Sheed & Ward Pub. 1993.

9.   Bruinix G. How adults can listen to children in a focusing way. Monograph series on “Focusing and Bio-Spirituality”. Sheed & Ward Publishing. 1991.




*Juan B. Prado Flores.  Médico pediatra neonatólogo. Exjefe del servicio de Cuidados Intermedios Neonatales del Hospital de Gineco-Obstetricia No. 4 del IMSS, México, D. F. Miembro del Institute for Bio-Spiritual Research, http://www.biospiritual.org. Miembro y Professional Associate de: The Focusing Institute http://www.focusing.org/. Miembro de la Asociación Mexicana de Psiconeuroinmunoendocrinología (AMPNIE, A. C.). Profesor de Focusing del Centro Cultural Ítaca http://www.desarrollohumanoitaca.com/, Profesor de Enfoque Bio-Espiritual de CREE, A. C., http://www.creeac.com.mx/  Dirección Electrónica: jubpra@yahoo.com, juanbpr@gmial.com 







[1] Este artículo apareció publicado en el portal médico IntraMed con el titulo Psicosexualidad masculina: del sufrimiento al éxtasis, http://www.intramed.net/contenidover.asp?contenidoID=40045&pagina=3

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