CUÁNDO Y CÓMO
ABANDONAMOS
-EN SU DOLOR-
A NUESTROS NIÑOS Y
CÓMO REVERTIRLO
Juan B. Prado Flores·
“No tenemos que
preguntarnos si un síntoma
es físico o
psicológico, toda
experiencia humana
entraña ambos”
Eugene T. Gendlin1
Introducción
Nuestro cuerpo es resultado de un trabajo evolutivo
continuo de unos 13,7 mil millones de años. Por fantástico, el dato casi no nos
dice nada por lo que preferimos olvidarlo junto con todo lo que contiene,
expresa y significa. Sólo que esta omisión -como veremos-, tiene enormes
repercusiones no únicamente en nuestra vida diaria, sino particularmente en lo
que más queremos y cuidamos: nuestros hijos.
Experiencias “menos que nutricias”
Revisemos
algunas cifras reveladoras acerca de los eventos intrauterinos que la mayoría
de los seres humanos hemos vivido durante nuestra propia gestación:
El Fondo para la
Población de Naciones Unidas (UNFPA), estima que en el 75 %
de los casos, el embarazo no es una buena noticia para la gestante
cuando se descubre encinta2. Así
que ésta puede ser la historia de rechazo que en común sufrieron (¿sufrimos?) unos
5,250 000 000 de seres humanos que habitamos actualmente el planeta. Según
cifras de la
Organización Mundial de la Salud 3 (OMS) al un segundo -y
último- dolor son sometidos 50 millones de seres humanos en gestación año con
año a lo largo y ancho del Planeta mediante maniobras abortivas. Se calcula que
anualmente cerca de 500.000 embarazos se complican anualmente con problemas
psiquiátricos que surgen durante el embarazo o que encuentran una vía de
expresión durante el mismo4 con las repercusiones que ello tiene sobre el embrión, el feto, el
recién nacido y por supuesto, en el curso de la vida del individuo humano. Desconozco
cómo afecta a nivel bioquímico al producto de la concepción el que el progenitor
haya jugado un papel exclusivamente biológico al engendrarlo, pero podemos
acercarnos al dolor producido en tan temprana pérdida y a las carencias
secundarias a ello, al saber que en nuestro país, de cada tres bebés que nacen,
uno de ellos nunca escuchará el tono grave de la voz de su padre, nunca será
mecido en sus brazos transmitiéndole así confianza en la vida; menos aún recibirá
de él una palabra amorosa, una expresión de cariño que le haga sentirse
profundamente comprendido, profundamente aceptado…
Actualmente tenemos la evidencia de que desde la séptima semana de
gestación el embrión humano empieza a tener sensaciones y que los
amplificadores del dolor aparecen más tempranamente que los inhibidores. Así
que nos resulta evidente que el embrión-feto sufre ya dolor en respuesta a
estímulos nociceptivos, lo que manifiesta mediante cambios conductuales,
hemodinámicos y bioquímicos.5 También sabemos que el dolor
mal atendido en etapas tempranas de la vida (incluyendo la intrauterina por
supuesto) repercute de manera considerable en el umbral para éste, así como en
una mayor incidencia de dolor recurrente en fases ulteriores del desarrollo.6
Ahora bien sabemos
que el producto de la concepción ha estado recibiendo en el matroambiente el
impacto de los sentimientos no procesados a lo largo de toda la vida de la
ahora gestante, así como el impacto de los sentimientos generados por el hecho
de que la gestante sabe, a nivel muy profundo, que el dar vida le puede costar
la propia. Desde la biología molecular hoy sabemos que las emociones sin
procesar generan neuropéptidos que actúan a nivel bioquímico en la psico-neuro-inmuno-endocrinología-espiritualidad
de la gestante7 que no
sólo afectan su propia fisiología, sino que al actuar sobre el DNA del
embrión-feto determinan qué genes entrarán en función produciendo las proteínas
estructurales del producto de la concepción. Esas señales generadas
en el cuerpo materno, penetran en el torrente sanguíneo fetal, ejerciendo su
acción a nivel celular en la unidad materno-fetal, reduciendo el riego
sanguíneo a órganos clave para el crecimiento y desarrollo fetales.8,9
Desde la vida in útero
pues, en la historia humana individual y colectiva se entretejen el júbilo con
el sufrimiento. Hoy, como nunca antes, tenemos mucho más información al
respecto sin embargo y paradójicamente, esto no necesariamente nos hace más
conscientes y sensibles a estas realidades.
Así que una
vez que la familia recibe al pequeño recién nacido a término “saludable”, pareciera que gracias el ‘instinto
materno’, la ‘experiencia’ y el ‘conocimiento’ de familiares y amigos, supieran
perfectamente cómo cuidar del infante, qué necesita, cuándo alimentarlo y hasta
qué está sintiendo. Pero en realidad este supuesto “instinto maternal” no es
la expresión de la sabiduría organísmica inscrita genéticamente en el
cuerpo de la madre, ni la del huevo-embrión-recién-nacido/a, que, como proceso
que es, ha estado desde el principio y permanentemente, comprometido con su
propio crecimiento y desarrollo.10 Tampoco es la sabiduría del
organismo gestante que ha sabido cómo concebirlo, transportarlo, anidarlo,
hacer que se desarrolle interaccionando sabiamente con él durante toda la vida
intrauterina, el parto y después. Se trata más bien de las creencias de quienes
auxilian a la madre en el cuidado y la atención del bebé que suele ser la
expresión de una cultura que no ha reconocido la importancia, el valor ni la
sabiduría inscritos a lo largo de miles de milenios evolutivos, no solamente en
el Cuerpo madre/embrión sino en el pequeño cuerpo del recién nacido.
Entonces esa
pseudosabiduría se hace cargo de la atención y asistencia del bebé.
Frecuentemente, el presupuesto del que parten estas prácticas es que: “El
recién nacido sólo necesita comer y dormir”. Así que en cuanto él/ella
despierta, ya tiene disponible el seno materno o el biberón preparado, y al
primer movimiento de su cabeza o de sus labios ya tiene el pezón o el biberón
conectado en su boca; o quizá esté durmiendo, pero como pasaron tres horas del
último alimento, hay que despertarlo, porque ‘ya es tiempo de que vuelva a
comer’. Sólo que pocas veces alguien se ha tomado la molestia de confirmar si
verdaderamente el bebé tiene hambre o si está expresando otras necesidades. Este
puede ser el patrón que, inducido y reforzado por el ambiente familiar e
internalizado por el-la pequeño-a, regirá toda su vida, negándosele ahora -y
después él/ella a sí mismo/a, el reconocimiento y la satisfacción de una serie
creciente de necesidades de jerarquía ascendente (A. Maslow 1970), cuya
gratificación no viene únicamente del exterior, sino que incluye una sana
interacción consigo mismo-a, con su ambiente, con la familia humana y con el
universo entero. El pequeño así tratado se irá experimentando a sí mismo y cada
vez más, como sólo un apéndice de su madre y de su entorno; esto es, sin vida
propia.
Ya desde su
nacimiento, el bebé puede estar expresando mediante su fisiología alterada los
efectos de una vida intrauterina no del todo saludable; lo hace mediante irritabilidad,
llanto excesivo,11
dificultades para la alimentación, reflujo gastroesofágico, trastornos del
sueño, etcétera. Entonces se le vahaciendo excesivamente dependiente y
vulnerable.
Otro momento en que el pequeño sigue
desligándose de su sabiduría corporal, es cuando llega “la edad de los terribles dos”: Tiene entre uno y tres años y comienza a discrepar de los adultos que están
a su alrededor. Pero sus ‘nos’, aun con la gracia que los expresa y la
intensidad con que se le festejan… no cuentan. Mamá, papá, son quienes ‘realmente
saben’ lo que quiere, lo que necesita. Claro, se le permite decir “no”, pero
nadie parece enterarse de que con cada ‘no’ está expresando que tiene
otras necesidades y deseos -olvidados ya por la mayoría de los adultos-, esto es,
que abierto plenamente a su experiencia, está respondiendo específicamente a su
presente, esperando que el adulto entienda, comprenda… Ese cotidiano no ser
tomado en cuenta en sus emociones, sentimientos, percepciones, le induce a irse
desprendiendo más y más de sus propios procesos corporales, esto es, de su
único y precioso espíritu,10 mientras eso que llamamos cultura
expresado como educación, religión, vida familiar, ha estado anulándolo, deformándolo,
asfixiándolo.
Llega
entonces la edad de los terrores nocturnos y las pesadillas que no son sino un
intento más de la sabiduría inscrita en el cuerpo del niño tratando de
mantenerlo en conexión consigo mismo;12 pero ya para entonces
nadie parece estar interesado en escucharlo, menos aún ayudarlo a acompañar
cómo lleva esas experiencias en su cuerpo por una sencilla razón: ¡ni siquiera
se nos había ocurrido!
Vienen
luego, y como consecuencia de su creciente desintegración, la enuresis
nocturna, problemas de salud crónicos o reincidentes; problemas de conducta y
de bajo rendimiento académico, dificultades con la alimentación; comienza a
expresarse el déficit de atención, la hiperactividad. (O tal vez ahora el niño
se siente obligado y se da a la imposible tarea de responder a las insaciables
expectativas perfeccionistas de los adultos, ‘convirtiéndose’ en el bueno, el
inteligente, el responsable, el cuidadoso, el educado, etcétera. ¡Lo logramos!
Hemos hecho de este niño un “pequeño adulto adaptado” <P. Melody 1989>
que ha perdido contacto con la sabiduría de su cuerpo y no tiene más opción en
la vida que la que le sea dictada desde afuera, por los que ‘saben’, ‘piensan’,
‘educan’, ‘dirigen…’) Entonces pensamos que algo no anda bien con él y lo
llevamos con los expertos para que nos lo ‘arreglen’, sin que, por
supuesto, reconozcamos la negligencia y aun el abuso de que ha sido objeto,
fundamentalmente dentro, pero también fuera del hogar. Violencia que, guardada
dentro del niño no sólo dirigirá contra sí mismo (convertida en enfermedad
física o psicoemocional), sino que regresará, en su momento e inevitablemente,
a su ambiente en forma de psico-socio-patía.
Hoy sabemos muy bien que la falta de tratamiento del dolor -físico o
psicológico- en las primeras etapas de la vida, deriva en somatización,
disminución de la capacidad de aprendizaje y conductas adictivas.6,12,
13
Viene después la adolescencia, cuando el
jovencito toma decisiones y actúa fuera del control familiar; decisiones y
acciones que generalmente no son genuinamente suyas, sino las dictadas por la
moda o el líder; o toma la ideología, la doctrina, la filosofía que más cuadra
con sus ya no tan incipientes ‘mecanismos evasores’14,15 de
su intrínseco proceso de auto-desarrollo. Entonces entra al mundo de las drogas
y/o se introduce cada vez más compulsivamente en cualquier tipo de práctica
adictiva incluida la diversión y el entretenimiento que tiene a su entera
disposición noche y día, tratando de controlar su dolor psicoemocional
irresuelto y enquistado. La consecuencia es estar cada vez más inmerso en el
autoengaño y la enajenación, llegando muchas veces a producirse un grave e
irreversible daño que cada vez más frecuentemente culmina en el suicidio.12
Si a ello
agregamos la ausencia física, psicoemocional y espiritual del padre, estamos ante
un crimen cometido contra esa criatura, sin que haya nadie a la vista que
responda por ello.
Asuntos
no resueltos y sus consecuencias
En realidad, la tragedia de este ser humano comenzó
cuando le fue negado el contacto con la sabiduría de su cuerpo. Si la madre
gestante hubiera sabido que ella necesitaba recibir ayuda para procesar sus
propios sentimientos atemorizantes:16 su miedo, su inseguridad,
su abandono, rechazo, culpa; para así y sólo así, después poder darle a su hijo
el mensaje afectuoso que le hiciera sentirse valioso, aceptado, bienvenido. Si
ella hubiera aprendido a atender su propio dolor y el de su hijo durante el
parto; si hubiera aprendido a escuchar a su hijo recién nacido que sabía mejor
que ella cuándo requería alimento y cuándo lo que necesitaba era verla,
sentirla, verse en su mirada; o tal vez estaba anhelando escuchar la voz de
papá, ser tomado en sus brazos y descubrir cómo su viril cuerpo adulto le expresaba
el orgullo de ser su padre…
Si
hubiéramos entendido la importancia de ese, de esos “nos”, permitiendo
que le revelaran al niño su sentido y significado en lugar de imponerle, día
con día, la autoridad y la identidad del adulto hasta el punto de atentar
contra su integridad física, emocional, sexual y espiritual17
(lo cual ahora ya podemos catalogar como “pedagogía venenosa”: Alice Miller,
1997); si hubiéramos aprendido a atender al niño con todo y los sentimientos
generados por sus pesadillas mientras las hacía sus amigas y le revelaban su
historia13... Si cuando adolescente hubiéramos estado
disponibles y atentos a sus conflictos y a sus patrones potencialmente
adictivos y le hubiéramos animado a entrar al proceso que le permitiera ponerse
en contacto con sus asuntos inconclusos de una manera experiencialmente sentida…
Entonces habrían (habríamos) descubriendo la sabiduría inscrita en el cuerpo10
y no sería necesario para ellos (ni para nosotros) comer de más (ni de menos),
aparentar, engañar, mentir, robar, ocultar la propia genialidad bajo el disfraz
de la incapacidad y la impotencia. Habrían (habríamos) aprendido a ser
auténticos, empáticos y congruentes12 y a no estar divididos
por dentro para –quizá-, todo el curso de su (nuestra) vida.
Asumiendo
nuestra propia historia
Muy lejos de intentar buscar culpables, la buena
noticia y por paradójico que parezca, es que hoy, aún desde nuestra condición
de adultos, tenemos la oportunidad de reencontrarnos con ese “niño interior” -o
sea, con lo más íntimo y sagrado de nosotros mismos- precisamente a través de
nuestras pérdidas, fracasos, enfermedades, desgracias, que tal vez
experimentamos desde la vida intrauterina y que llevamos en nuestros tejidos
corporales como una “espina en la carne”. En efecto, ahora, como adultos,
podemos ir con ese embrioncito, ese feto, ese recién nacido, ese adolescente,
ese adulto joven, y aun ese adulto maduro o mayor
que somos, y atender sus asuntos inconclusos con delicadeza, cariño y ternura.
Esta es una oportunidad, quizá única en la vida, para reconectarnos con la
infinita y ancestral sabiduría de nuestro cuerpo, a la que accederemos si
escuchamos lo que nuestras mal llamadas ‘adversidades’ nos quieren revelar.
Estamos
hablando de un nuevo paradigma, de una revolución -interior y silenciosa-, a la
que antes no había tenido acceso la humanidad en su conjunto sino sólo desarrollada
por unos pocos a lo largo de la historia. Ahora ya contamos con la ‘tecnología
corporal’, producto de la investigación científica aplicada para, si queremos,
regalarnos no solamente tiempo para detenernos y aprender a escucharnos a
nosotros mismos, sino también así (y sólo así) poder verdaderamente escuchar a
nuestros niños y enseñarles a escucharse a sí mismos.
Eugene T.
Gendlin, Ph. D. y Psy. D. ha descubierto que las enfermedades, el dolor físico
o emocional no atendido, los traumas, las adicciones (al alcohol, al trabajo,
al sexo, a las drogas, a la comida, a la religión, a ayudar a otros, etcétera),
son energía de crecimiento ¡bloquada!19
McMahon y Campbell han descubierto que la plenitud humana bien puede surgir
desde la propia vulnerabilidad, y han simplificado enormemente los pasos18
-descritos primero por Gendlin- que, partiendo del significado sentido de cómo llevamos
estas supuestas “patologías”, la energía bloqueada es liberada, quedando
disponible para ser utilizada en nuestro crecimiento, desarrollo e integración.
Es el
quebranto humano la piedra angular y la vía de acceso a la plenitud: Campbell /
McMahon.12,19 Y para acceder a ésta sólo necesitamos tener -y
ya lo tenemos,- unos sentimientos, un cuerpo donde sentirlos, y unos
cuantos minutos de presencia empática para escuchar la historia que, a través
de ellos, nuestro cuerpo nos quiera revelar. Este proceso que Gendlin llamó Focusing,
(Enfoque corporal), consiste en aprender a dejar trabajar en nuestro propio
beneficio la sabiduría que a través de miles de millones de años ha dado origen
al Cuerpo que, como humanos, todos tenemos, somos, compartimos y está a nuestra
entera disposición. La genial investigación científica y los beneficios prácticos
emanados de ella que nos regala la técnica/proceso del Enfoque, están
disponibles para su estudio (revisar referencias bibliográficas) y su aprendizaje, cuyo incontrovertible aval
es la propia experiencia del cambio.
Accediendo
al proceso del cambio
Evidentemente los adelantos científicos y
tecnológicos son más que impresionantes; la informática, las comunicaciones y
la tecnología en general, no parecen tener límite en sus alcances pero el
abandono de nuestros niños y del niño en nosotros, no está resuelto. El ser
humano sigue dividido por dentro y el costo en sufrimiento a través de la Historia es incalculable.
Hoy sabemos que esto ni tuvo que ser así ni tiene por qué continuar siéndolo,
sin embargo todavía hay quien apuesta con una convicción absoluta al mito de la
dominación y del control como el medio por excelencia para enfrentar el
traumático pasado, el agobiante presente, el atemorizante futuro. Sólo que muchos
de los que primero partieron y llegaron allí, ahora se sienten los más
defraudados y engañados por sus iridiscentes fantasías.
En medio de
este aparentemente desolador panorama, la esperanza de un cambio individual y
social está a la vista. Es necesario que nos regalemos el acceso a -y
permanezcamos en contacto con- los significados fisiológicamente sentidos en
nuestros cuerpos, incluyendo, por supuesto, nuestro dolor físico y emocional que
es donde se encuentra el potencial del cambio, y de esta manera estar dentro
del movimiento de integración que nos sana, nos abre a los demás, a la
naturaleza, y al fundamento de cuanto existe como quiera que los creyentes lo
puedan concebir.
A nuestra
generación le corresponde tomarse la responsabilidad de acceder a su desarrollo
desde la congruencia, que comienza al atender lo que llevamos en nuestros
tejidos corporales tal y como lo estamos sintiendo (esas espinas en la carne
hechas nuestra propia biología.23) Ahora y como nunca antes, el
modelo práctico que nos regala salud y nos integra desde dentro, está en
nuestras manos, y si aún no en ellas, sí ya a nuestra disposición,11-22
lo que incluye reconectarnos con nuestro más remoto origen que no es solamente
“polvo de estrellas”, sino el
resultado de un trabajo evolutivo que nos sostiene, envuelve y proyecta hacia
un mejor futuro mediante una interacción afectiva y compasiva con nosotros
mismos y con todo cuanto existe.
Sí,
reconectarnos con nosotros mismos es hoy nuestra principal tarea y prioridad. Y
los primeros beneficiados seremos nosotros, nuestros niños, sus hijos, los
hijos de sus hijos… y por supuesto, nuestro hermoso Planeta Azul.24
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IMSS, México, D. F. Miembro del Institute for
Bio-Spiritual Research, http://www.biospiritual.org. Miembro y Professional Associate de: The Focusing Institute http://www.focusing.org/. Miembro de la Asociación Mexicana
de Psiconeuroinmunoendocrinología (AMPNIE, A. C.). Profesor de Focusing del Centro Cultural Ítaca http://www.desarrollohumanoitaca.com/,
Profesor de Enfoque Bio-Espiritual de CREE, A. C., http://www.creeac.com.mx/ Autor del libro Sánate a ti mismo y sana tu mundo: Colaborador
de: la página web de Suzanne Noel: http://www.recoveryfocusing.com/
: Descubre
Tus Recursos de Desarollo Con el Dr. Juan Prado Flores; de Creando Tu Vida en: www.creandotuvida.com y en http://www.ustream.tv/recorded/10268341; del Instituto de Focusing Argentina: http://www.focusing.com.ar/trabajos.php;
de la pagina Web de Enfoque
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