viernes, 10 de junio de 2011

HACIÉNDOSE AMIGA DE SU MIEDO[1]

UNA EXPERIENCIA DE ENFOQUE COMPARTIDA DESDE DOS ÁNGULOS

Juan B. Prado Flores*

Llega a mi oficina (soy médico pediatra) una joven mujer que llamaremos “María” quien me consulta por primera vez acerca de su bebita recién nacida. Entre los antecedentes está el que cuando ella tenía 15 años murió su hermanita de 13 (años) por anemia aplástica (su cuerpo no producía células sanguíneas), y que ella se había casado cinco años antes pero no había querido embarazarse. Su hija tiene 29 días de nacida. La joven madre me dice, cuando le pregunto por el motivo de la consulta: “No sé qué le pasa a la niña doctor; si la cargo llora, si la visto llora, si la amamanto llora… ni siquiera la he podido bañar, la baña mi mamá porque yo siento las manos frías, como con un sudor, como con hielo por dentro, como… no sé”. Mientras, yo veo a la tía abuela extasiada con la sobrina nieta en sus bazos, completamente tranquila. Al revisarla no encuentro nada anormal en la bebita por lo que le digo a María: Señora, su hija está sana. ¿Siente que hay algo que le impide disfrutarla? Antes de lo esperado me responde vivamente, viéndome a los ojos como sorprendida por la pregunta: “¡Pues mis manos doctor!” Por mi contacto con el Enfoque caigo en la cuenta que ella ‘sabe’ que en la sensación de sus manos está expresándose el problema. Entonces le pregunto si podría hacer un ejercicio que quizá le aclare y le diga qué hay en sus manos que le impide no sólo disfrutar, sino aun bañar a su hija. Me dice que sí y comenzamos el Enfoque.
Vea –le digo- si puede cerrar sus ojos para que no la distraiga nada de acá afuera. Lo hace y le sugiero que vea si puede entrar a su cuerpo y desde dentro de él dirigirse a sus manos y contactar con eso que siente que tiene que ver con su hija. No se trata –le hago saber- de calmar o de quitar lo que siente, tampoco de minimizarlo ni de culparlo o criticarlo, sino de acompañarlo tal como se está sintiendo. Pasa como un minuto y me dice que ya lo está haciendo. Entonces le digo que vea si puede llevarle a ese lugar un mensaje que le diga algo como: ‘permíteme estar contigo unos momentos’, ‘de verdad eres importante para mí’, ‘tal vez quieras decirme algo’. Segundos después veo un cambio en su cara y le digo: cuando atendemos con delicadeza y respeto lugares como estos dentro de nosotros, ellos suelen hablarnos, ya sea por medio de una palabra, de una imagen, de un recuerdo… Si viniera algo así me lo dice. Entonces, muy apenada me dice: “son unas palabras… Nunca voy a ser una buena mamá para mi hija”. Le pregunto si esto encaja con la sensación de sus manos a lo que me contesta “Sí”, sin dudar. Le pregunto que cómo se siente todo esto y me dice llorando intensamente: “Muy triste”. Le digo que vea si se puede dar cuenta dónde se siente esto tan triste. Pasa unos segundos buscando y finalmente me dice: “Aquí”, extendiendo la mano por todo su pecho. Tal vez –le digo- ese lugar también necesite de una presencia delicada, cálida. Quiero que vea si puede ir dentro, a ese lugar en su pecho que se está sintiendo ‘muy triste’. Me contesta que lo va a intentar y luego que ya lo está haciendo. Le digo que vea si puede quedarse allí, esperando por si ese lugar también tiene algo que decirle. El llanto se acentúa mientras me dice: “Es un recuerdo… es cuando estoy con mi hermanita en el hospital, ella está en mis brazos… muriéndose… estamos ella y yo solas…” Al preguntarle cómo se siente todo esto contesta: “Con mucho dolor” ¿Dónde, en qué parte de su cuerpo se siente este grande dolor? Toma unos cuantos segundos de búsqueda y me señala, inequívocamente, con la punta del dedo índice derecho: “Aquí… en mi corazón.” Entonces le sugiero ir también a ese lugar transido de dolor y darle una presencia tierna, delicada, respetuosa, tal y como lo hizo con la sensación de su pecho y la de sus manos. Le digo que permanezca allí todo el tiempo que ella quiera. Está con eso tal vez unos cinco minutos y comienzo a ver un cambio en su semblante, en su respiración, en todo su cuerpo. Parece una expresión de paz, de tranquilidad. Entonces le pregunto si hay algo más que necesite ser atendido. Me dice, dándose tiempo para constatarlo antes de responderme, que ya no hay nada más. Para terminar el ejercicio le pregunto si todo esto que ha venido ha dejado una sensación como de agradecimiento, a lo que me responde que ha estado dando gracias por todo lo que ha pasado. Entonces terminamos el ejercicio. Abre sus ojos como viniendo de otra dimensión; dejo que se reconecte con lo de afuera y le pregunto: ¿cómo se siente ahora? Me contesta como desde un lugar muy profundo dentro de ella: “con ganas de llegar a mi casa y bañar a mi hija”. Le pegunto si esto encaja con su experiencia y me dice “SÍ”, sin dudarlo. Yo simplemente le digo que ella decide si está bien tomar eso en cuenta. Se van y a los 15 días regresa, ahora con su hija y con su madre. De inmediato me dan pormenores de lo que pasó aquél día. Dice la abuela: “cuando llegue del trabajo por la noche pregunté, ¿Ya está todo listo para bañar a la niña? y qué cree doctor que me respondió mi hija: ‘ya la bañé mamá’. Yo no lo podía creer”. Entonces comenta con sencillez la joven madre: “Y ahora doctor, la niña llora, pero no cuando la baño yo, llora cuando la baña mi mamá”. La bebita no volvió a responder con llanto a los cuidados de su madre y María no tuvo más esa sensación de frialdad en sus manos.

Cuando le pedí a María su autorización para poner su experiencia como ejemplo de lo que es el Enfoque (Focusing) Bio-Espiritual, ella me la otorgó. En otra ocasión que le pedí que me pusiera su experiencia por escrito, me contestó que le era muy difícil pero que me quería compartir algo que tenía que ver con aquél ejercicio de Enfoque. Me dijo que a partir de la muerte se su hermana ni ella ni su madre podían pasar frente al hospital pediátrico donde la niña había muerto; si no podían irse por otro camino, por lo menos se cruzaban a la acera de enfrente. “Pero –me dijo- hace poco tuve a una prima -muy querida pero distanciadas por años-, internada en un hospital. Fuimos mi madre y yo a visitarla y yo decidí, con cierta angustia, entrar a verla. Estaba en la terapia intensiva (a causa de un aborto…). Yo no la reconocía pues estaba muy pálida, hinchada, deforme, conectada a muchos tubos y rodeada de aparatos. El médico me dijo que podía hablar con ella, pues aunque parecía estar inconsciente, me escuchaba (estaba en choque séptico). Entonces platiqué con ella. Mientras la acariciaba y le tocaba su pelo, le hablaba de que cuando éramos niñas jugábamos y disfrutábamos muchas cosas juntas y de cuánto nos queríamos; y que aunque mi familia no estaba de acuerdo con su manera de vivir yo la quería; que su hija de tres años la necesitaba. Que queríamos que viviera. Y cuando me di cuenta doctor -me dijo-, vi que le estaba fluyendo una lágrima por aquí, señalándome el rabillo del ojo. –Al escuchar esta historia, a mí también se me humedecieron los ojos. Cuando salí de visitar a mi prima, ya mi mamá no estaba, no había soportado siquiera estar ni en la sala de espera.”  
Su prima se recuperó, y al preguntarle si la manera como había atendido lo de sus manos, su pecho y su corazón durante su enfoque tenía que ver con cómo había atendido a su prima en tan crítico estado, ella me dijo que precisamente eso era lo que había tratado de compartirme. Entonces le dije que yo creía que eso que ella hizo había salvado de morir a su prima. Ella me dijo que también algo así sentía.  
Años después (5 IX 2005) Miriam me compartió cómo experimentó su Enfoque desde dentro de sí misma. Ella describe así su experiencia corporal y los efectos en su vida y en sus relaciones familiares e interpersonales hasta el día de hoy:

Ella escribe:
“En el Enfoque: 
Enfrento el enorme monstruo que es el miedo. A partir de haber tenido esa experiencia el cambió en mi vida fue completo. Y no solamente cambió la mía, sino también la de mi familia. 
Antes de eso yo sentía que la vida no tenía sentido. Había perdido a mi hermana. Mi madre había sido madre soltera y yo tenía que cuidar de mis hermanos y de mi casa. 
Estaba falta de cariño. Toda mi vida no había sido más que puras responsabilidades. Tenía miedo de casarme y de tener mi propia familia. 
Era una persona que no sabía expresar lo que sentía. Me daba miedo querer y no sabía cómo tratar a las personas. 
Cuando me casé empezaron los problemas... 
Cuando uno entra al Enfoque se empieza a sentir incertidumbre por lo que empezamos a descubrir, pero poco a poco vas dándote cuenta que es maravilloso lo que encuentras y lo bien que se siente estar allí. 
Entras y es todo negro, oscuro. Es como un cuarto oscuro, y sólo después de tanta oscuridad y soledad a lo lejos se ve un punto de luz. Te acercas a ese punto, pero cuesta mucho trabajo llegar hasta allí. Se hace eterno el poder alcanzarlo. 
Al legar allí vi una luz y una niña llorando de tristeza, miedo, soledad. No sabía esa niña para dónde ir. Al acercarme a ella comenzaron a moverse todos mis recuerdos; sobre todo los más tristes que había vivido. 
Todos eran acerca de la niña. Hubo un momento en que quería salir de allí. Quería irme y dejar todo eso, pero una voz muy confortable me hizo tener fuerzas para seguir viendo todo lo que pasaba y cuando me di cuenta ya no tenía miedo. Era bonito estar viendo eso. 
Conforme se me fue quitando el miedo iban llenándose de más luz esos recuerdos. Poco a poco la niña dejó de llorar. Entonces se levantó y todo se iluminó. Fue cuando finalmente le vi el rostro y cuando sonrió se convirtió en la adulta que soy yo. 
A lo lejos había un camino verde lleno de flores y un cielo azul. Se sentía tanta felicidad que pude atender esos recuerdos uno por uno, sin miedo, con más seguridad y tranquilidad. Ente esos recuerdos estaba el más doloroso que había vivido. Me acerqué a donde llevaba ese recuerdo y vi a mi hermana que había muerto. Puede verla y estar en ese recuerdo sin miedo, sin tristeza. Lo vi pasar todo, desde su enfermedad. Fue maravilloso vivir esa experiencia: le pude decir cuánto la quería y darle las gracias por el tiempo que Dios me dejó compartir con ella y por haber sido mi hermana. Después vinieron los momentos felices que se me habían olvidado o los había dejado en un rincón. Fueron muchos y grandes. 
De repente caminé y vi a mi familia que entonces era mi esposo y mi hija que acababa de nacer, esperándome. Estaban felices, con los brazos abiertos. 
Y comenzó la felicidad.

Miriam Mendoza.

 
Es impresionante cómo con tanto tiempo transcurrido, Miriam escribe su relato con una frescura tal que parece que lo estuviera volviendo a vivir (en realidad, estas experiencias no sólo se quedan grabadas indeleblemente, sino que siguen teniendo efectos positivos en muchos aspectos de la vida). 
Tiempo después, Miriam me compartió que cuando su prima salió del hospital le relató su experiencia con muchos detalles, pero sobre todo en relación a lo que le había significado su presencia y su mensaje. Le dijo que ella ya había tomado la decisión de morir pues no encontraba sentido a la vida y que ya ni siquiera le importaba su hija, pero que al estar sintiendo la forma tan amorosa de hablarle y de acariciarla mientras le daba su mensaje de vida, había decidido vivir, para ella misma y para su hija. 
Es asombroso cómo el ser humano puede tomar este tipo de decisiones cuando su cerebro se encuentra entre la vida y la muerte, es decir, sin las más básicas condiciones para que su corteza cerebral pueda acceder a una decisión que ha estado fuera de todo contexto de vida. Esto es algo que no pueden explicar las neurociencias por sí solas. Es un asunto para no sólo explicárnoslo desde la Bio-Espiritualidad, sino una invitación para llevarle nuestros asuntos inconclusos, detenidos, bloqueados. 

•Juan B. Prado Flores. Médico pediatra neonatólogo. Exjefe del servicio de Cuidados Intermedios Neonatales del Hospital de Gineco-Obstetricia No. 4 del IMSS, México, D. F. Miembro del Institute for Bio-Spiritual Research, http://www.biospiritual.org. Miembro y Professional Associate de: The Focusing Institute http://www.focusing.org/. Miembro de la Asociación Mexicana de Psiconeuroinmunoendocrinología (AMPNIE, A. C.). Profesor de Focusing del Centro Cultural Ítaca http://www.desarrollohumanoitaca.com/, Profesor de Enfoque Bio-Espiritual de CREE, A. C., http://www.creeac.com.mx/ Dirección Electrónica: jubpra@yahoo.com, juanbpr@gmial.com


[1] Este artículo fue publicado en The Folio como: Prado FJ. BEFRIENDING FEAR: A STORY TOLD FROM TWO ANGLES The Folio 20 (12) 2007, 92-94. http://www.focusing.org/folio/Vol20No12007/11_BefriendingFear.pdf


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