jueves, 23 de junio de 2011

EL ENFOQUE (FOCUSING) EN LA PRÁCTICA MÉDICA

Algunas de estas historias fueron publicadas en:

Prado FJ. Focusing in a medical practice. Staying in Focus. VII, (2), May 2007. 

Su liga en la Web es:     
By JUAN B. PRADO FLORES, M.D., Mexico. English (PDF 406KB)      http://www.focusing.org/newsletter/may2007/may_2007_newsletter.pdf


El Enfoque (Focusing) en la Práctica Médica

Juan B. Prado Flores*
En los últimos años he estado utilizando el Enfoque (Focusing) en mi práctica médica para ampliar la atención del ser humano enfermo a una manera más integral.

Un aprendizaje necesario y evidente es que el sufriente número uno al que el médico tiene que atender es, su propia persona.

Desde esta insustituible experiencia puede darse cuenta el médico de las repercusiones que la enfermedad tiene no sólo en el enfermo, sino en sí mismo. Esto lo lleva a vivir su profesión desde la experiencia misma y no sólo desde sus conocimientos, pues por vastos que ellos puedan ser, jamás abarcarán intelectualmente el más de la historia que está debajo del fenómeno que llamamos “enfermedad” y que es preciso resolver.

        Lo sorprendente es que atender y asumir el problema de salud de un familiar mediante el Enfoque, no sólo  repercute positivamente en quien lo enfoca, sino también en el contexto de las relaciones y la circunstancia del enfermo.

Esto me ha llevado a constatar que con el descubrimiento del Enfoque, una de las funciones más relevantes del médico es ayudar al ser humano enfermo -ya directamente o mediante el procesamiento de la historia familiar que está en la base de la enfermedad-, a ponerse en contacto con las poderosas fuerzas curativas contenidas dentro de su propio cuerpo, las que el Enfoque evidentemente potencializa.

He aquí algunas experiencias, que con enorme gratitud y admiración hacia el Dr. Gendlin, hacia quienes me han estado enseñando esta técnica/proceso y a las personas que me han permitido compartirlas, les participo:

ROMINA:

Romina tiene ocho años y ha tenido un fuerte dolor de oído. Sus padres (muy tensos) la llevan a consulta médica. Los tres están desvelados pues no hubo respuesta al analgésico durante la noche previa. El padre culpa a la niña de haberse enfermado “porque se mojó”. La mamá está enojada con su marido por su actitud reprobatoria hacia la niña y muy preocupada por su hija. La pequeña refiere dolor intenso de oído. Está pálida, ojerosa, llorosa y asustada. La revisión constata inflamación del tímpano que está a punto de perforarse. Le comento a Romina que cuando yo siento dolor, miedo, enojo, tristeza, culpa, voy dentro de mi cuerpo a donde se encuentran esas sensaciones, las trato con cariño y esto les permite cambiar y sentirse mejor. Luego le pregunto si ella podría hacer lo mismo con su dolor; -algo así como si estuvieras abrazando a tu más querido muñeco de peluche, le digo-. Me responde que sí con cierta timidez, entonces le digo que vea si está bien poner su mano delicadamente sobre su oído adolorido para acompañarlo y vea si está bien cerrar sus ojos para que no la distraiga nada de fuera. Ella nuevamente accede y permanece unos momentos así, pero repentinamente abre los ojos y me dice: “¡quiero ir al baño!”. Está bien, -le digo- a ver si puedes seguir acompañando a tu dolor mientras vas y regresas. Me responde que sí, y cuando vuelve, trae su mano allí, sobre su oído, lo que me deja asombrado pues yo pensé que antes de salir ya había renunciado a atender mis sugerencias.

Seguimos paso a paso el Enfoque y al ver su cambio físico le pregunto cómo se siente, a lo que me contesta que “mejor”. Mientras hago la receta ella se recuesta y se queda dormida ¡sobre la pierna del papá regañón!

Al día siguiente me habla por teléfono y con una voz saludable y sin ningún síntoma me dice que sus papás se han ido a trabajar, que ella está con hermanito menor y que su dolor había desaparecido el día anterior y que me agradece por haberle ayudado a acompañar su dolor.

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ROSALÍA:

Me llama por teléfono la madre de un pequeño que acaba de golpearse la cabeza y no deja de llorar. Llegan a la oficina, ella muy alterada y el bebé llorando sin parar. Lo reviso y concluyo que no hay afectación neurológica ni a ningún otro nivel. Entonces le pregunto a la atribulada madre: y usted, ¿cómo se siente? En seguida le brotan lágrimas y decido intentar un ejercicio de Enfoque mientras pasea al bebé por la estrecha oficina tratando, inútilmente, de calmarlo. Ella padece crisis convulsivas secundarias a neurocisticercosis; había tomado el anticonvulsivante, se acostó en la cama  junto al niño, se quedó dormida sin haber puesto al bebé en la cuna y despertó con el sonido del golpe de la cabeza en el piso y el llanto de su hijo. Miedo, culpa, enojo, incertidumbre y más. Todo estaba  allí.

Mientras, -atendiendo mis sugerencias- ella acompaña el cómo todo esto se siente de una manera acogedora, sin quererlo cambiar, sin juzgar, sin interpretar, sino solamente dándole una presencia cálida, ha estado permitiendo que se exprese la historia dolorosa que está detrás de este hecho. Al hacerlo el bebé se va tranquilizando y finalmente se duerme en sus brazos. Ella ha visto unas imágenes: una luz grande y otra pequeña que le dan un nuevo sentido y significado al acontecimiento. Su rostro mismo se ve como iluminado desde dentro. De no estar viéndolo yo mismo –me digo- no podría creerlo. Se van y unos minutos después me habla por teléfono para decirme que además de ser el pediatra de su hijo me siente como un cercano amigo.

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SILVIA Y FAMILIA:
Viernes por la anoche: Me llevan a consulta un bebé recién nacido muy grave y le digo a los padres que necesita ser internado de inmediato en la terapia intensiva de un hospital pediátrico. En el hospital X cuesta 35 mil pesos sólo el tener derecho al ingreso. Ellos no pueden enfrentar ese gasto y, con el control de la temperatura, el inicio de la rehidratación y una nota médica que les doy, lo llevan al hospital donde nació, quedando internado.

Algunas anotaciones tomadas del expediente del niño Eduardo H. J.:

Viernes 21 de enero, del 2000: 


Antecedentes: la madre estaba por regresar a estudiar cuando quedó embarazada. No quería el embarazo. Lo cursó con gastritis severa, pérdida de peso e intenso dolor de espalda. Tuvo vulvovaginitis persistente durante todo el embarazo. Textualmente me dice: “Me dolían tantas cosas que ya no sabía ni qué”.

Treinta y nueve semanas de gestación. La atención del nacimiento “fue terrible” dice la joven madre...

Padecimiento actual: El bebé “duerme demasiado y no puede tomar el pecho”. Lo escucha “ronquito y con llanto débil”. Ha ido varias veces al servicio de urgencias del hospital donde nació, donde –dice- “me regañan porque no he sido capaz de alimentar a mi hijo”.

En lugar de la leche materna recibió suero oral (fórmula de la OMS).

La madre está muy angustiada y con mucha culpa.

Exploración física: Recién nacido masculino de 14 días de vida extrauterina. Peso: 2 Kg. Peso al nacer 2,850. Pérdida de 30% de su peso corporal. Temperatura 39.9ºC.

Al ver el estado crítico en que se encuentra por la severísima deshidratación, le controlo la hipertermia y lo envío con una nota médica al hospital del Estado de México donde nació, pidiendo su inmediato internamiento.

Es admitido a la terapia intensiva. Evoluciona con crisis convulsivas secundarias al severo desequilibrio hidroelectrolítico y metabólico: hipernatremia, hipokalemia, hipoglucemia e hipocalcemia.

No hay respuesta al tratamiento.

Domingo 23 de enero 2000:

Por teléfono la madre de Silvia (abuela del bebé) me dice que:

-El bebé no quiere comer, rechaza el alimento; “como que en realidad no quiere vivir.”

-Su hija “sufrió mucho abandono”. Había perdido a una hermana y antes a su padre (habían muerto).

-El marido temía acercarse siquiera al recién nacido.

Entonces le digo a la abuela de la criatura que necesito hablar con la madre del niño.

Silvia me llama por teléfono y me comenta que:

- “El bebé sigue convulsionando y sin querer comer.”

- Hubo mucha sorpresa al saberse embarazada. “Desde entonces comenzaron las nauseas.”

Siento que el Enfoque puede ayudar y le propongo a Silvia hacer un ejercicio. Acepta y al día siguiente (lunes) va al consultorio.

Anoté en el expediente:

 “Lunes 24 Enero, 2000: Enfocó Silvia. Se va, sintiéndose mejor.”

A partir de entonces me ponen al tanto de la buena evolución del pequeño hasta su egreso hospitalario.

(Poco tiempo después puse en mis notas personales:

“29 de enero 2000…. En días pasados he sentido cierta atracción hacia lo que en mi cuerpo se siente real. Es como no depender al 100 % de mi mente; como, por instantes, estar en otra dimensión. Esto me trae el recuerdo de cuando facilité (el ejercicio de enfoque) a la mamá del bebé que al llegar al consultorio había bajado el 30% de su peso al nacer. Me gustaría saber más de ellos).”

1 Feb. 2000:

Vuelven a consulta a los 24 días de vida del bebé. Pesa 2885 gr.

Su evolución del bebé fue sorprendentemente buena. En las primeras 24 horas después del enfoque de su madre, había ganado ¡500 gramos!

Ahora ha estado siendo alimentado al seno materno. No hay déficit neurológico ni patología agregada. Detecto solamente cierta irritabilidad e hiperreflexia que desaparecen en las revisiones subsecuentes.

Pasa el tiempo, habiendo yo olvidado mucho de esta historia a través de varios años, le pregunto a Silvia  qué tanto realmente había ayudado su ejercicio de Enfoque en relación al problema de su hijo internado de recién nacido. Su respuesta fue: “¡Hay doctor, nos salvó a los tres!” (Ella incluyó a su marido, quien desde entonces ha sido un padre especialmente amoroso y cercano a su hijo y a su esposa y muy responsable de su familia.)

De la sorpresa que me llevé con su impactante respuesta, le pedí a Silvia que si sentía que estaba bien, me escribiera su experiencia de todo esto para compartirla. Accedió y me envió este correo:

Llevo a consulta a mi hijo Eduardo H. J. de trece días de nacido que había dejado de comer y había presentado temperaturas muy altas de 39ºC y 40ºC.

El médico lo revisó y nos dijo a mí y a mi esposo que el bebé estaba muy grave y que debía ser hospitalizado de inmediato. Al escuchar esto me puse muy mal, sentía mucha culpa, miedo, tristeza y no sabía cómo reaccionar.

             Días antes lo había llevado cuatro veces a consulta al hospital (…). Los pediatras lo revisaron y en las cuatro ocasiones me dijeron lo mismo: que mi hijo estaba bien y un poco deshidratado porque yo no supe darle de comer a mi hijo.

Salimos del consultorio del doctor y lo internamos al servicio de terapia intensiva.

A la hora de visita yo no quería pasar, tenía mucho miedo, no sabía cómo ayudar a mi hijo para que saliera adelante sólo lo veía y lloraba.

Cuando le llame al doctor y le comente acerca de mi situación me dijo que fuera al consultorio, al llegar me preguntó ¿Cómo te sientes con todo esto? A lo cual le conteste que muy mal, que me sentía culpable porque no supe cuidar a mi hijo y que tenía miedo de perderlo. Él preguntó ¿En donde se siente todo esto? Le conteste “aquí doctor, en mi corazón”. Me dice que si puedo ir hasta donde siento esa sensación y acompañarla; decirle que tenía derecho de estar ahí y preguntarle que si quería decirme algo. Cuando lo hice, muchas cosas aparecieron en la mente; recordé cuando un tío mío estuvo internado muy grave y falleció, los problemas que tenía con mi esposo, el haber dejado mis estudios por mi embarazo. Me sentía atada a mi hijo y empecé a llorar.

El doctor me pregunta nuevamente ¿Cómo, dónde, sientes esto que ha venido? Le contesto: aquí en mis manos. Entonces me dijo: a ver si puedes ir hasta donde sientes esa sensación y pregúntale si también quiere decirte algo. Le respondí: “Sí doctor. …No quiero estar con mi hijo, quiero que alguien me lo cuide, lo amo demasiado pero no quiero sentirme atada a él.”

Pasó tiempo mientras yo atendía esto, ¿cuánto?, no sé. Entonces el doctor me pregunto ¿Cómo te sientes después de todo esto que ha venido?

“Mejor. Quiero ir a visitar a mi hijo al hospital.”

Cuando llegué mi hijo estaba lleno de aparatos en todo su cuerpo pero al entrar me sentí diferente a las veces anteriores. Ahora me sentía llena de ganas de verlo, de animarlo para que sintiera que lo necesitábamos con nosotros, que lo amábamos mucho y que luchara por recuperarse para que pronto regresara a su casa.

Después de esto le leí un cuento: “EL RANCHO DE PANCHO”. Mientras se lo leía le describía los paisajes con mucha gracia y de pronto vi cómo mi bebe se empezaba a reír, tanto, que su estomago empezó a moverse lo cual me alegró mucho.

Pronto mi bebe salió de terapia intensiva para estar unos días en recuperación y lo cuidaba todos los días que estaba en el hospital día y noche dormía al lado de su cama.

Todo esto fue una experiencia dolorosa pero desde ese día que salí del consultorio del doctor Prado me sentí con muchos deseos de cuidar a mi hijo pues es una bendición tenerlo nuevamente a mi lado.

Silvia

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JOSÉ:

Estoy en una junta de padres de niños scouts Mientras los más pequeños están en sus actividades se me acerca su dirigente y me dice que si puedo ver a un lobatito que “tiene dolor de estómago y no se le ve muy bien”. José tiene ocho años, ha hecho una comida apresurada y un tanto copiosa en casa se su primo para llegar puntualmente a la junta. Se trata de un discreto dolor en el abdomen que corroboro a la palpación. Le aprecio palidez y cierta angustia en su rostro. Entonces lo invito a entrar a su abdomen y acompañar su dolor, diciéndole que cuando a mí me duele algo hablo con mi dolor y él (mi dolor) me contesta. Me responde que sí lo puede hacer, pero me doy cuenta que su respuesta es más social que de convencimiento; después de todo somos sólo dos desconocidos y le estoy sugiriendo cosas no convencionales. Entonces le pegunto si le gusta que lo abrace su mamá. Me dice que sí y veo, en una leve pero significativa sonrisa, que su respuesta está cargada de afecto.

Le digo a José que si así como su mamá lo abraza podría él ir a ese lugar que duele y con el mismo cariño acompañar su dolor. Más convencido me dice que sí. Pasan unos minutos y al vero más tranquilo le pregunto si ha venido algo. Con un esbozo de sonrisa me dice que sí, que el dolor es más leve y que se ha ido “de ladito”, señalándome su hemiabdomen derecho. Le pregunto que cómo eso se siente y tranquilamente me dice: “bien”. Después de aproximadamente diez (largos) minutos el continúa “acompañando” su dolor. Yo me extraño de que prefiera estar allí en lugar de volver a las actividades con sus amiguitos. Intrigado por tanto tiempo transcurrido le digo que si prefiere continuar allí o si quiere ya volver afuera, y me dice que prefiere quedarse. Pasan otros, para mí, largos minutos. Entre tanto no puedo dejar de admirar su carita. La belleza y armonía que hay en sus facciones me subyuga. Viene de mi mente: “no lo puedo creer”, pero desde muy dentro de mí viene: “no se trata de creer Juan, solo míralo”. Así ente gritos, polvo, corretizas, silvatazos, él permanece volcado dentro sí mismo. Transcurren varios minutos más hasta que él decide terminar. Entonces le pregunto: Oye José Eduardo, ¿por qué preferiste estar allí dentro de ti en lugar de regresar con los demás chicos? A lo que me responde con la frescura propia del niño que es: Es que nos hicimos tan amigos mi dolor y yo que nos pusimos a jugar un partido de fútbol” (¡¡ ¡!). Una simple dispepsia lo había llevado a conectarse -mediante el Enfoque- consigo mismo a un nivel inaccesible por ningún otro método conocido. Unas semanas después, al reconocerme, me saluda y, sin soltarme de la mano me dice:”Ahora sí vinieron mis papás, quiero que los conozcas, están en aquella banca, ¿vamos? Sí, le digo y me lleva con ellos sin soltarme. Me presenta como su amigo y al platicar sobre lo sucedido le pregunta su mamá: bueno José Eduardo, y ¿qué pasó con tu dolor? A lo que mi amiguito llanamente responde: “Se fue”.




ESTELA

Le dicen que su hija de 4 meses tiene amibas. Alarmada me habla y las veo en el consultorio. No hay datos clínicos para sustentar ese diagnóstico, sino que se trata de un problema de técnica de alimentación deficiente. Algo me lleva a preguntarle a la madre cómo se siente ella en relación con el problema de su hija y me dice: “como un cansancio en mis piernas, con un dolor en la cintura, un peso en la espalda”. Me doy cuenta que hay algo más, pero que la presencia de su marido no nos permite ir más allá. Horas después estoy en casa y suena el radiolocalizador. El mensaje es: “Comuníquese con urgencia con la señora Estela…” en esos momentos suena el teléfono y es la misma señora que me dice, muy alterada: “Doctor acabo de encontrar a mi monstruo interior, ¡ayúdeme por favor!” Así que le digo: tómese unos momentos para darse cuenta dónde se siente esto de haber encontrado su monstruo interior. “No puedo doctor, ayúdeme. Dios mío ¡ayúdame!”, exclama. Yo sé como Dios le ayuda, -le digo-  él desde dentro de usted misma y yo por teléfono. ¿Podría, con esa presencia dentro de usted atender cómo se siente todo esto ahora? De alguna manera yo me doy cuenta que ella está en contacto con un significado sentido, así que le digo: quizá esa sensación necesite de una presencia suya que le haga saber algo como: “Yo estoy contigo”, “De verdad me importas”, “No te voy a abandonar.” Vea si puede, además de decirle  algo como esto, puede darle una presencia amorosa, cálida a eso que está viniendo ahora. Se queda unos momentos en silencio y me dice: “Es aquí en mi corazón. ¡Se siente como que se me abre! Le reflejo de la manera más empática posible su símbolo y la animo a que siga con esto. Así lo hace durante unos minutos y dice: “Odio a mi hija. La odio. Desde que ella llegó todo está al revés; la relación con mis hijos que ya son mayores, con mi esposo…, mi casa. Ya nada es igual. ¡La odio!”. Le digo: vea si se siente que esto conecta con la sensación en su corazón y casi de inmediato me dice: “¡Sí!, ¡eso es!” Entonces le invito a permanecer todo el tiempo necesario con cómo todo esto se siente ahora y se queda allí un buen rato. Noto que ha habido un cambio muy grande en ella y le pregunto si siente que hay algo más que necesite ser atendido de esta manera, a lo que en breve me responde: “No, ya no hay nada más… ¡ya todo está bien!”. Le pido que se dé cuenta dónde se siente esto de que ‘todo está bien’ y me dice que ya no está la sensación en su corazón, que allí se siente que ‘todo está bien’, que ya no siente el peso de todo aquello que llevaba cargando. Ella termina preguntándome qué había yo hecho para que esto sucediera, a lo que yo simplemente le dije: yo no hice nada, solamente la acompañé, motivándola para que Ud. permitiera que se le diera el proceso en su cuerpo hacia la resolución de este asunto con su hija, lo que ciertamente nada pueden nuestras habilidades y capacidades puramente mentales.

Cuando le pregunté si me autorizaba para dar a conocer su historia me dijo: “Sí compártala doctor, porque lo que más me motivó a atender cómo sentía eso en mi corazón, fue la historia que me contó acerca de la mamá adolescente que, abrumada y desesperada por lo que realmente era la carga de la maternidad para ella atendiendo a su hija recién nacida, al llegar su marido del trabajo le dijo: “Qué bueno que llegaste, porque en este momento estaba a punto de lanzar a la niña contra la pared. Yo me voy, te la dejo!”. Y que entonces Ud. le dijo: ¿y a dónde te fuste? Y ella le respondió: “A un hotel”.

La honestidad de una adolescente había motivado a esta mujer madura a entrar a sus propios sentimientos, escucharlos, dejar que se desplegaran, que le dijeran su propia verdad y esa verdad fue la que la (las) liberó a mediante el proceso del Focusing.



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JOSÉ EDUARDO Y FAMILIA

J. E. tiene tres años. Presenta una rinofaringitis. Recibe tratamiento sintomático y al día siguiente me habla la madre diciéndome que el pequeño tiene fiebre y movimientos anormales. Le indico que de inmediato lo lleve al hospital pediátrico a donde llega convulsionando. Las pruebas orientan hacia una neuroinfección bacteriana. Evoluciona satisfactoriamente y egresa con tratamiento médico. Una semana después tiene una recaída. Lo reingreso al hospital y la TAC muestra severo edema subcortical y su estado es crítico en la unidad de cuidados intensivos donde permanece durante diez días. Los controles de laboratorio señalan la presencia de anticuerpos antiherpesvirus.

La madre me dice que desde que lo vio convulsionar pensó que moriría. La abuela paterna me dice que todos sus hijos estuvieron gravísimos cuando eran pequeños pero que ninguno lo había estado tanto como “Lalito”. También el padre me dice que seguramente el niño morirá. El ambiente y la relación intrafamiliar que se respira son de conflicto y desolación.

Yo siento la necesidad de atender cómo llevo todo esto en una forma corporal, viene la sensación de un peso abrumador en mis hombros y en mi espalda, que acompaño mientras camino hacia el hospital, pues sentí la necesidad de hacerlo así. Vienen imágenes de las situaciones conflictivas que esto ha desencadenado en la familia y lo experimento como un hoyo en el vientre. Lo atiendo y viene: “todo va a salir bien”, lo que entiendo, debería compartir con la familia, así que les digo: no me pregunten de dónde viene esto porque no lo sé, pero necesito confiarles esta profunda convicción que está dentro de mí que me está diciendo: “Todo va a salir bien”.

Continúa el pequeño en estado crítico, aparecen indicios de que la interrelación conyugal e intrafamiliar comienza a ser menos conflictiva y paulatinamente comienza la recuperación del enfermito. Lo doy de alta del hospital con esquema de doble anticonvulsivante. Al mes la motricidad, la sensibilidad y el estado de conciencia están intactos sin siquiera requerir de rehabilitación. Al paso del tiempo la madre me pregunta si ha sido un milagro. Yo le respondo que le llame como ella quiera, pero que esto no se ve todos los días. 

*Médico pediatra neonatólogo. Exjefe del servicio de Cuidados Intermedios Neonatales del Hospital de Gineco-Obstetricia No. 4 del IMSS, México, D. F. Miembro del Institute for Bio-Spiritual Research, http://www.biospiritual.org. Miembro y Professional Associate de: The Focusing Institute http://www.focusing.org/. Miembro de la Asociación Mexicana de Psiconeuroinmunoendocrinología (AMPNIE, A. C.). Profesor de Focusing del Centro Cultural Ítaca http://www.desarrollohumanoitaca.com/, Profesor de Enfoque Bio-Espiritual de CREE, A. C., http://www.creeac.com.mx/  Dirección Electrónica: jubpra@yahoo.com, juanbpr@gmial.com

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